David Hamilton
«Cualquiera que tenga libros de David Hamilton podrá ser arrestado por posesión de fotografías indecentes.»
Con esa frase, dicha en 2005 por un jefe de policía inglés, la obra del célebre retratista dejó oficialmente de ser arte para pasar a ser pornografía.
El amante de la belleza y el estilo hamiltoniano
Estamos en la década de los setenta, más concretamente en 1975. En el estudio de los fotógrafos Oriol Maspons y Julio Ubiña, un grupo de cuatro ayudantes (o, mejor dicho, de cuatro aprendices de fotógrafo) nos encontrábamos admirando imágenes de fotógrafos consagrados y casi siempre extranjeros. Maravillosas fotos que eran la envidia, sana, pero
verdadera envidia, por no ser nosotros los que pudiéramos estar realizando estas sesiones.
Por aquel entonces no había redes sociales, ni siquiera libros para poder aprender lo que tanto nos apasionaba. Cuando llegaba una publicación a nuestras manos la estudiábamos minuciosamente, analizando las tomas realizadas por cámaras de primer nivel, con la crítica correspondiente, como tenía que ser por la ley del aprender con pocos medios. Las cosas llegaban casi siempre del exterior, ya que estábamos aún en una España gris y acomplejada por una iglesia al servicio de la dictadura
Teníamos el gran privilegio de que por nuestro estudio pasaban los personajes más influyentes de la época en diversos campos: arquitectura, publicidad, letras, teatro, cine y, cómo no, los fotógrafos del momento. Francesc Català-Roca, Leopoldo Pomés, Xavier Miserachs, Colita… a los cuales escuchábamos, embobados, contar sus historias como maná caído del cielo.
Durante estos encuentros de amigos del carrete, nuestro deseo era descubrir los verdaderos “roqueros” de la foto e intentar (dentro de nuestras posibilidades) copiarlos, para casi nunca conseguirlo. Y de pronto, como por arte de magia, apareció –no se sabe muy bien de dónde– un inglés, pero hecho en Francia, más concretamente en la Costa Azul. Todo un personaje que cambió el estilo de trabajar hasta entonces, que dio un enfoque nuevo y que todos los que en aquel momento nos encontrábamos en este mundo quisimos ser en más de una ocasión.
Estoy hablado de David Hamilton, el fotógrafo que más libros habrá vendido en la historia de la fotografía. Nació en Londres en 1933, pero no fue hasta 1966, a los 33 años, cuando inició su carrera de fotógrafo profesional. Su estilo encontró un éxito inmediato. Sus fotografías se publicaban en numerosas revistas, entre ellas: Réalités, Twen, Photo o Lui.
La gran diferencia con respecto a otros profesionales fue su estilo característico, en el que suelen predominar los colores suaves, atmósferas difuminadas y ese grano grueso que acabó conociéndose como hamiltoniano.
Sus modelos debían transmitir perfección, elegancia innata, naturalidad, inocencia y sutil erotismo. Estamos hablando de muchachas escandinavas, que conservan intacta durante mucho más tiempo esta etapa fugaz de la existencia. Fue tal el éxito de las fotos de esas niñas, que rondaban los 12-15 años, que los mismos padres se acercaban al fotógrafo para que sus hijas pudieran ser sus modelos.
Mientras tanto, nosotros intentábamos copiar el famoso desenfoque de sus fotos. ¡Y cómo nos hubiera gustado tener delante de nuestras cámaras a estas jóvenes modelos de apariencia inocente! Eso sí: teníamos, en la época, mucha inocencia.
El grano lo conseguíamos forzando la diapositiva, de 100 ASA a 800 o 1000, dependiendo de la luz, el factor más importante. Pero el desenfoque… Ay, este desenfoque tan peculiar que hay en sus fotos ya era otra cosa. Probábamos de todo: vaselina en los filtros protectores de los objetivos, vaho o grasa de nuestros dedos pasados por encima del filtro, cinta adhesiva alrededor del parasol dejando un pequeño círculo en el centro… Nada era suficiente para poder plagiar a este admirado y envidiado fotógrafo.
Fue una de las figuras más destacadas en un mundo sin tabúes, una época de libertad en la que nosotros desgraciadamente no nos encontrábamos. Pero qué ganas teníamos de no estar al margen de este sueño…
Su obra se expuso en diferentes países: Francia, Japón, Italia, Alemania y Estados Unidos, entre otros. Un sueño que para él se fue diluyendo a medida que salían noticias que le acusaban de pornografía infantil en varios países. Su obra se prohibió en Sudáfrica y grupos de conservadores cristianos en Estados Unidos atacaron las librerías que difundían sus obras.
Cansado de tanta controversia, se alejó de sus modelos para dedicarse a otros campos, como la publicidad o el retrato. Este fotógrafo tardío se dedicó a quehaceres distintos de la fotografía, pero siempre relacionados con la estética: fue decorador de tiendas, director artístico en revistas como Elle y Queen, o, antes de llegar a ser fotógrafo, asistente artístico de la cadena de almacenes Printemps.
En 2005, el diario británico The Guardian lanzó a sus lectores esta pregunta: “Las fotografías de David Hamilton han estado mucho tiempo a la vanguardia, pero ¿es arte o pornografía?” El 25 de noviembre de 2016, a los 89 años, se quitó la vida después de ser acusado de violación por algunas de sus ex modelos. La caída de uno de tantos ídolos que con el tiempo habían dejado de ser espejo donde nos mirábamos.
Algunas horas después de su muerte, la conocida animadora de la televisión francesa Flavie Flament declaró: “Me acabo de enterar de la muerte de David Hamilton, el hombre que me violó cuando tenía 13 años.”
Y allí nos queda su obra, un poco olvidada por los acontecimientos y las modas, pero fue la que nos marcó a toda una generación de fotógrafos con ganas de comernos aquel mundo flower power.
Totes les imatges © David Hamilton, extretes del seu llibre A Place in the Sun.